Lo que sabemos del COVID-19
Es increíble lo que hemos aprendido sobre la COVID-19. Cuando la pandemia empezó el coronavirus detrás de la enfermedad era completamente desconocido para la humanidad. Tan solo se conocía remotamente algunos virus relacionados con él. Esta fue una de las razones de que estuviéramos tan mal preparados para afrontar lo que empezó a principio de 2020. Sin embargo, es menos de un año hemos aprendido casi todo lo que se puede saber del virus. Cómo infecta las células incluyendo las proteínas diana a las que se une y el mecanismo molecular que emplea o las posibles mutaciones y las consecuencias de cada una de ellas en la letalidad del virus, son solo algunas de las cosas más asombrosas que hemos aprendido. De hecho, hace solo unos meses algunas de estas, como el efecto de las mutaciones en el genoma del virus en su letalidad, estaban en la lista de incógnitas. A día de hoy, si bien no sabemos qué pasará exactamente tenemos unas previsiones bastante fiables con las que esperamos estar preparados. Este tipo de conocimiento nos hubiese resultado difícil de conseguir o imposible hace tan solo veinte o treinta años. Sabemos muchas cosas sobre el virus, por ejemplo: los síntomas que causa, cómo diagnosticarlo y lo que podemos esperar de él, pero todavía nos quedan muchas cosas por saber.
La comunidad científica se muestra reacia a afirmar el tipo de transmisión aérea del virus. A pesar de las medidas adoptadas y de la moderada evidencia al respecto, la vía exacta de transmisión no está clara. El contacto con superficies contaminadas se ha desestimado como fuente de contagio principal. Los aerosoles, que quedan en suspensión en el aire durante horas no han sido descartados en su totalidad. Mientras que la transmisión directa por las gotas que se producen al hablar, toser o estornudar sí que han sido demostradas como fuente de contagio.
La mortalidad de la enfermedad tampoco llega a tener un consenso científico. Aunque parece que debería ser fácil establecer el porcentaje de letalidad, existe una gran variabilidad entre franjas de edad, grupo sanguineo o incluso poblaciones. Es por eso que todavía no se ha hecho oficial un porcentaje de letalidad estandarizado para todo el mundo. Sabemos que las personas mayores con obesidad o diabetes, hipertensión o enfermedades coronarias son más propensas a cuadros graves de la enfermedad. No obstante, todavía no sabemos cómo es que personas jóvenes y sanas caen ante la enfermedad aleatoriamente. De forma similar, los síntomas pueden ser muy diversos en magnitud. Mientras que unas personas tienen solo agotamiento, dolor de cabeza y fiebre, otros deben ser hospitalizados. Todavía no se ha establecido una relación clara entre la cantidad de virus con que se infecta, ni entre otros parámetros y porqué afecta tanto a unas personas y a otras no.
Finalmente el origen natural del virus ha quedado establecido para la comunidad científica. Aunque todavía haya gente que pueda hablar de un virus creado por el hombre dispuesto para llevar a cabo alguna conspiración a nivel mundial. La verdad es que si bien que el virus no fuera natural fue una opción que se barajó, la evidencia científica la descartó por completo. Esto indica dos cosas, primero la buena salud crítica de la sociedad científica actual y en segundo lugar la eficiencia con la que se ha podido resolver un problema que empezaba a ser usado por los agitadores para atacar a sus enemigos políticos reales o imaginarios.