El origen animal de las enfermedades en el neolítico
La pandemia de COVID-19 ha puesto de relieve que hay que mirar más a la naturaleza para estar prevenidos. Encontrar los reservorios naturales del SARS-CoV-2 para poder erradicar la enfermedad será la clave para hacerlo con eficacia y a largo plazo. Esto en realidad no es nada nuevo. La mayoría de las enfermedades completamente conocidas, por no decir todas, tienen su origen bien establecido. Enfermedades como la gripe o la difteria se pasaron al ser humano desde su blanco primigenio, el cerdo, hace varios milenios.
La entrada en el neolítico fue lo que marcó la llegada de gran número de enfermedades al ser humano y lo que es igualmente importante la propagación de las mismas entre una población que se encontraba reunida en un único sitio, las ciudades. Aunque visto desde el punto de vista de las enfermedades las urbes supusieron la aparición de nuevas enfermedades, en realidad fueron el gran progreso de la sanidad y la alimentación que dará lugar al meteórico éxito de la especie humana.
La domesticación de animales puso en contacto estrecho al ser humano con las enfermedades propias de cada especie que usaba. Pero los humanos ya interaccionaban con los animales durante el paleolítico. La diferencia es que las poblaciones humanas de aquella época vivían en pequeños núcleos familiares y aisladas. El Neolítico puso en contacto estrecho animales y grandes grupos de población humana. Un caldo de cultivo ideal para las especies patógenas que veían ahora solventado su problema de infectar nuevos individuos.
Otra de las enfermedades asociadas a animales domesticados más antiguos es el sarampión. Fue el amigo fiel del humano, el perro, quien se la transmitió. De modo similar se ha conseguido rastrear el origen animal de otras enfermedades que en la actualidad se consideran humanas, pero que en el origen de la civilización eran una extraña zoonosis – una infección transmitida por animales-. Casos similares son la tuberculosis proveniente de los bóvidos o la lepra cuya primera transmisión a humanos se considera que debió ser alrededor del 2.000 antes de Cristo en la India. De hecho fue el estudio de esta relación animal-humano lo que llevó a encontrar la primera vacuna. Ésta fue desarrollada contra la viruela que saltaba desde su hospedador habitual, la vaca. Se tiene constancia de la transmisión de la viruela a humanos desde hace algo más de 3.000 años. En Egipto el faraón Ramsés V murió en 1157a.C. y la descripción de la enfermedad que lo llevó ante la presencia de Osiris concuerda con los síntomas de la viruela.
La peste bubónica que aterrorizaría a Europa durante la Edad Media y se llevaría a la mitad de su población proveniente de Asia no era la primera vez que llegaba. Existen indicios de que 2.900 años a. C. una población neolítica de Falköping, en Suecia había muerto por una plaga de esta enfermedad. El reservorio natural de esta enfermedad son los roedores y sus cazadores felinos. Su presencia en las primeras ciudades contribuyó a la transmisión al ser humano. El paso entre las diferentes ciudades fue llevado a cabo por los comerciantes que ponían a los núcleos urbanos en contacto.
El contacto humano con el medio ambiente es inevitable y por lo tanto la exposición de personas a enfermedades de origen animal. Saber de donde viene una enfermedad puede ayudar a controlar la dispersión y la erradicación de la misma, así como dar pistas valiosas para obtener fármacos efectivos contra ella, como pasó con la primera vacuna.