¿Qué ha pasado con las vacunas «caseras» contra el SARS-CoV-2?
Hace unos meses surgian noticias de vacunas contra la COVID-19 de “hágalo usted mismo”. En EE. UU. varios exinvestigadores de Harvard o de la NASA se pusieron manos a la obra para hacer sus propias vacunas en casa ante la noticia de que una vacuna oficial tenía que esperar entre 12 y 18 meses para ser aprobada. 6 meses más tarde y con las vacunas de las farmacéuticas en producción se ha dejado de oír hablar de estos proyectos, un poco locos.
Para empezar hay que remarcar que las vacunas que suscitaron estas noticias no eran caseras caseras. Eran tan caseras como la casita del jardín que hacen en capítulo de bricomanía. Necesitas tener herramientas muy especializadas, un conocimiento previo extenso y experiencia en la fabricación de este tipo de cosas. Algunas de las voces que dieron alas a estas vacunas en EE. UU. eran George Church y Preston Estep (del grupo de investigación independiente RaDVaC) y Josiah Zayner (exbiólogo de la NASA) todos ellos biólogos con muchísima experiencia en el desarrollo de vacunas y en la manipulación genética usada para la fabricación de estas. Todos tenían a su alcance un abanico de herramientas tanto técnicas como informáticas de gran capacidad.
Si bien una de ellas (la de el Dr. Zayner) seguía los pasos de las vacunas convencionales, es decir, buscaba generar anticuerpos mediante el inóculo de la proteína S del coronavirus , la otra (de RaDVaC) pretendía ser un aerosol de administración nasal que protegiera solo las células de la mucosa. Esta idea que ha sido propuesta de forma independiente por varios grupo de investigación alrededor del mundo crearía inmunidad solo en las pocas células de la mucosa nasal. Sin embargo, esas son las células que se cree que se infectan primero y a partir de las que entra el virus en el organismo, por lo que parece una buena estrategia. En la actualidad, unas pocas vacunas y medicamentos similares se están desarrollando por grupos de investigación para su uso clínico.
El proyecto RaDVac llegó a confeccionar un archivo de 69 páginas en el que detalla todos los pasos para crear la vacuna en un laboratorio de bajo presupuesto. Por menos de mil dólares se pueden conseguir los materiales a compañías comerciales que venden péptidos sintéticos bajo demanda y las técnicas que usan aunque son de laboratorio son bastante convencionales y asequibles con una formación media.
Resumiendo, ambos presentaron en sus redes sociales o en revistas científicas los resultados de sus vacunas, mucho antes de que las comerciales salieran al mercado. Más o menos habían tardado lo mismo que las farmacéuticas en desarrollar sus ideas pero no habían llevado a cabo la retahíla de pruebas clínicas que necesitan las comerciales. Es verdad que ambos grupos de investigación, porque no las desarrollaron en solitario, probaron en ellos mismos las vacunas y observaron que creaban anticuerpos contra la enfermedad. Pero ahora, sabiendo las problemáticas asociadas con vacunas que han sido probadas en millones de personas podemos apreciar que si algo así les hubiera pasado a ellos se hubieran visto desamparados y sin la cobertura de la sanidad para luchar contra efectos secundarios de sus vacunas, como es la famosa trombosis que presentan una o dos personas por millón con las vacunas comerciales.