Reproducción y ecología de los líquenes
Los líquenes, una asociación entre alga y hongo, tienen reproducción tanto sexual como asexual. En cuanto a la reproducción asexual, esta se puede producir mediante la fragmentación del talo, o bien mediante isidios y soredios, que son estructuras especializadas en la reproducción.
Los líquenes tienen, por tanto, gran capacidad de regeneración, y tanto el alga como el hongo se pueden reproducir asexualmente. En el caso del hongo, las esporas pueden ser de tipo conidio, que se forman en el extremo de las hifas, o bien oidios, en los que los segmentos del talo se comportan como esporas. En el caso del alga, esta se reproduce por aplanosporas inmóviles.
Además de su capacidad de reproducción, los líquenes también son conocidos por su resistencia a condiciones extremas. Son capaces de sobrevivir en climas áridos y fríos, e incluso en condiciones de alta radiación solar. Esta resistencia se debe en gran parte a la simbiosis entre el hongo y el alga, que les permite aprovechar al máximo los recursos disponibles en su entorno.
En lo que respecta a la reproducción sexual, tan solo la tiene el hongo. Como la mayoría de los hongos que forman los líquenes son ascomicetos, se trata de ascosporas que se originan en unas estructuras especializadas denominadas apotecios. También pueden formarse en otras estructuras de tipo peritecios o peritecas. Si se trata de un hongo de tipo basidiomiceto, entonces las células reproductoras son basidiosporas, y en este caso no suele haber órganos reproductores especializados.
Los apotecios de los líquenes son similares a los de los hongos. Tienen una parte fértil denominada himenio, que contiene ascas y parálisis. Después puede haber un reborde con hifas del hongo, denominado paramecio, que puede estar formado por un reborde del liquen, con hifas y gonidios. Este reborde se llama también anfitecio. De esta forma se distinguen los apotecios de tipo lecanorino (con anfitecio) y lecideino (sin anfitecio). Se sitúan generalmente en líquenes foliosos y crustáceos, en su cara superior, o a veces en los extremos de los lóbulos, como es el caso de Peltigera canina. A su vez, la morfología de los apotecios es variada: generalmente son redondeados pero en otros casos pueden ser lineares, ovalados, etc. Si en lugar de apotecio hay peritecio, este es de pequeño tamaño, está hundido en el talo, y contiene ascas y ascosporas de morfología variable. Las ascosporas diseminadas germinan y, en el caso de encontrar un alga apropiada, desarrollarán un primordio de liquen que se desarrollará. La especificidad de unión entre liquen y alga es muy alta.
¿Qué aporta esta simbiosis a cada uno de los participantes en ella? En primer lugar, el hongo proporciona al alga unas condiciones ambientales favorables para vivir: son capaces de realizar las fotosíntesis en condiciones extremas, con una mínima cantidad de agua y a bajas temperaturas. A su vez, el alga aporta al hongo los hidratos de carbono fruto de la fotosíntesis.
Además de estas ventajas, la simbiosis entre el hongo y el alga también permite a los líquenes colonizar una amplia variedad de hábitats. Los líquenes pueden crecer en una amplia variedad de sustratos, desde rocas y suelos hasta la corteza de los árboles. Esta versatilidad les permite colonizar hábitats que serían inaccesibles para otras formas de vida.
Los líquenes se encuentran a grandes alturas y son cosmopolitas. Hay mayor cantidad y diversidad de ellos en zonas templadas montañosas, en bosques intertropicales y en la tundra. Crecen sobre tierra, rocas, suelo…
Tienen gran capacidad de reminiscencia: pueden estar secos mucho tiempo y vuelven a la actividad al re-hidratarse. Además, producen sustancias que no producen alga y hongo por separado: en farmacia se usan para elaborar expectorantes y cicatrizantes, por ejemplo. Además, son bioindicadores de la calidad ambiental, ya que son sensibles a las altas concentraciones de anhídrido sulfuroso.
Por último, los líquenes también desempeñan un papel importante en la formación del suelo. Al crecer sobre rocas, los líquenes contribuyen a la meteorización de estas, lo que conduce a la formación de suelo. Este papel es especialmente importante en ecosistemas como la tundra, donde la formación de suelo es un proceso lento y difícil.