La tolerancia a la lactosa y la selección natural de los humanos
La capacidad de beber leche en la edad adulta no es un rasgo que comparta toda la humanidad. Tan solo un tercio de la población mundial tiene la capacidad de digerir la lactosa, el azúcar de la leche. El resto de la población sufre diarrea cuando, durante la edad adulta, consume leche sin fermentar (queso o yogur, por ejemplo). Al principio se consideró que la aparición de este rasgo era fruto de la evolución y que permitió obtener alimento de una fuente alternativa y nutritiva, el ganado.
Los seres humanos somos capaces de digerir la lactosa mientras somos bebés, gracias a ello las madres pueden amamantar a las crías como hacen el resto de mamíferos. Cuando crecemos este rasgo se pierde. Se ha especulado que esto propicia que la madre deje de amamantar a los niños y permita que puedan volver a quedarse en cinta, cosa muy importante para las poblaciones primitivas. La permanencia de la lactasa, es decir, que el enzima que degrada la lactosa permanezca activo tras la edad infantil, es un rasgo dominante en la población de origen europeo y casi inexistente en la población asiática.
Un estudio de los restos históricos de cerámica han mostrado que la población adulta consumía leche desde hace unos 9.000 años. Para ello se han basado en buscar rastros de grasa animal proveniente de la leche en recipientes de cocina. Sin embargo, el análisis de los genomas antiguos de casi dos mil individuos mostraron que la modificación de la persistencia de la lactasa no fue común hasta el año 1.000 a. C. Esto choca un poco con el uso que sabemos que tenía la leche. Mientras que pensábamos que el rasgo había propiciado el uso de leche como fuente de alimento, vemos que se usaba mucho antes de que el gen necesario fuera común.
El consumo de leche ha variado a lo largo de la historia, aumentando en época de carestía y dificultades. El hambre y las enfermedades han hecho que se consuma más leche históricamente. Esto ha llevado a pensar a los investigadores una nueva hipótesis. Si la leche causaba problemas digestivos solo a una parte de la población y durante los momentos de dificultades aumentaba el consumo de leche, es probable que tan solo aquellos individuos adaptados a su consumo sobrevivieran. Entonces estamos frente a un caso claro y sorprendente de selección natural.
En una hambruna, las personas con lactasa persistente podían echar mano del recurso, mientras que los que tuvieran la lactasa inactiva no podrían beber leche para obtener energía, puesto que les causaría diarrea y sería contraproducente. En esta situación, los bebedores de leche sobrevivirían o al menos estarían más sanos, puesto que complementarían su dieta con leche (fuente de grasa, azúcar y proteínas). Gracias a esto, los “lactasa persistente” tendrían más probabilidad de llegar a la edad adulta y reproducirse y, por lo tanto, pasar ese rasgo a la generación siguiente, aumentando la frecuencia del rasgo en la población a lo largo de la historia cada vez que hubiera una hambruna o un conflicto.