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La revolución darwiniana

Publicado por Javier García Calleja

Una nueva explicación para la jirafa

Darwin volvió al ejemplo de la jirafa:

«La alta estatura de la jirafa, la prolongación de su cuello, de sus miembros anteriores, de su cabeza y de su lengua, hacen de ella un ani­mal admirablemente adaptado para ramonear en las ramas altas de los árboles. Así puede encontrar alimentos que están fuera del alcance de los otros ungulados que habitan en la misma región; lo cual, durante las épocas de escasez de alimentos, debe procurarle grandes ventajas. (…) Los individuos más altos y más capaces de ramonear un poco más arriba que los demás suelen ser los que se han salvado en tiempos de hambrunas.»

Wallace, quien redactó una teoría evolutiva similar a la de Darwin

Wallace, quien redactó una teoría evolutiva similar a la de Darwin

Tan pronto como Darwin concretó su idea (hacia finales de la década de 1830), empezó a reunir prudentemente los elementos para redactar un libro imponente. Pero en el mes de junio de 1858 recibió una larga carta escrita por un joven naturalista entonces poco conocido, Alfred Russel Wallace (1823-1913). ¡En ella exponía una teoría prácticamente igual a la suya! Darwin se puso inme­diatamente a trabajar y, en un año, redactó El origen de las especies por medio de la selección natural.

«El origen de las especies»

Recogida inmediatamente por la prensa, la teoría de la selección natural tuvo un inmenso eco. Representaba una transforma­ción no sólo en el campo cientí­fico, sino también en el plano filosófico, político o metafísico.

Trastrocaba la concepción tradicional del hombre, que pasaba a ser el producto de una historia y que compartiría un antepasado común con el mono. Para gran sorpresa de Darwin, las críticas más acerbas vinieron de sus amigos científicos.

Por supuesto, se produjeron muchas resisten­cias de tipo religioso, pero, a excepción de algunos extremistas ortodoxos (que todavía subsisten en Estados Unidos), la mayoría de las religiones fueron aceptando progresiva­mente la idea de un nacimiento de la huma­nidad después de una larga evolución (como demostraría la obra del padre Teilhard de Chardin, 1881-1955).

«Una serie de bricolajes»

Lo que chocaba no era tanto el hecho de la transformación de las especies como el mecanismo propuesto: el hombre no sólo descendía de un ser parecido a un mono, sino que ello sería en cierta forma fruto del azar.

De hecho, Darwin afirmaba que las varia­ciones hereditarias se producen por azar antes de ser incorporadas por la selección. Sin embargo, como todos sus contemporá­neos, no admitía que pudieran existir fenó­menos radicalmente indeterminados en la naturaleza. Aunque no las conozcamos, tie­nen que tener una causa. Si son fruto del azar, es sólo en el sentido de que no son finalistas: los cambios no se producen para ser ventajosos.

Contrariamente a Lamarck, que creía que las variaciones eran precisamente el producto de las condiciones de vida, para Darwin las variaciones se producen independientemente de las condiciones de la selección. Se produ­cen por azar para la selección natural, exac­tamente igual que las variaciones de los ani­males domésticos son una casualidad para los criadores… porque ignoran sus causas.

Alguna aclaración:

Para Darwin, la «lucha por la vida» no ha de ser entendida en el sentido literal de un combate sanguinario. Sólo cuenta la reproducción relativa de las distintas variaciones. Así, podemos decir que dos plantas al borde del desierto luchan por la vida frente a la sequía.

La teoría de Darwin supuso una auténtica conmoción cultural para la Inglaterra victoriana. La prensa se hizo eco del escándalo y trató de atacar con la burla esa teoría escrita por un hombre que pretendía tener un parentesco con el mono.