El sentido del tacto y su importancia evolutiva
El sentido del tacto es tal vez el más importante de todos y posiblemente el más menospreciado. Decimos esto porque normalmente se le da más importancia al estudio de la vista, el oído, el gusto y el olfato. A fin de cuentas son sentidos que nos permiten hacer cosas extraordinarias y que requieren una cantidad de información tremenda que procesa nuestro cerebro. Estos otros cuatro sentidos nos permiten reaccionar de forma anticipada a nuestro entorno, mucho antes de tener las señales “encima». Por otro lado, el sentido del tacto solo interviene cuando el estímulo se encuentra a una distancia muy corta. Eso quiere decir que apenas tenemos tiempo para reaccionar desde que algo nos toca hasta que podemos enviar una respuesta al cuerpo.
Relacionado con el tiempo de respuesta, todos los sentidos se acumulan en la cabeza, salvo el tacto que se extiende por todo el cuerpo. Esta disposición no es azarosa, sino que todos los sentidos posibles se sitúan cerca del cerebro para que las señales lleguen lo más rápidas posibles para interpretarlas y enviar una respuesta. Sin embargo, por la propia naturaleza del tacto sus receptores se encuentran por todo el cuerpo. Sería un sentido bastante inútil si solo tuviéramos tacto con la cabeza por ejemplo. Las manos, los pies y el resto de la piel deben tener tacto para poder interaccionar físicamente con el entorno. La incapacidad para sentir con el tacto en determinados inválidos es un recurso explotado por el cine con frecuencia para su perdición.
Entonces, tenemos un sentido que parte con doble desventaja. Por un lado, mientras que los demás se han acercado al cerebro para ser más rápidos el tacto tiene que empezar de más lejos. Por otro lado, hay que añadirle el tiempo de reacción. Frente a un estímulo olfativo, auditivo o visual la fuente del estímulo todavía puede estar lejos y tenemos tiempo para enviar una respuesta. Por el contrario, en el tacto tenemos que estar interaccionando física y directamente para que nos envíe señales. El tiempo que tendremos antes de que ese estímulo sea una amenaza es mucho más pequeño.
Sin embargo, el tacto es el primer sentido que se desarrolla durante la evolución. Podemos decir que junto con la capacidad de reconocer sustancias químicas disueltas en el medio (un olfato/gusto primitivo) el primer sentido que se desarrolló en bacterias ancestrales fue el tacto. Por eso decimos que es uno de los sentidos más importantes. Sin la capacidad de interaccionar con el entorno físicamente la vida es imposible. Mucho más imposible que sin vista, oído, o incluso gusto.
El sentido del tacto nos permite percibir o diferenciar distintas informaciones. En el cuerpo, los animales con dermis tenemos 2 receptores diferentes para el frío y el calor. Con ellos podemos saber si estamos tocando un objeto con una temperatura que puede ser peligrosa para nosotros. Además el tacto nos permite notar cambios en la presión, para ello contamos con otros 2 receptores diferentes, unos para la presión fina y otros para la presión de alta intensidad. Las zonas del cuerpo como la cara, las manos o las plantas de los pies cuentan con muchos más receptores de presión finos para poder realizar movimientos más sutiles. Finalmente, tenemos receptores de dolor. Si la presión es excesiva y nos hace una herida o un golpe existen terminaciones nerviosas libres que transmiten la información al cerebro de que esa señal es peligrosa para el funcionamiento del organismo y que debemos alejarnos.