Comportamiento innato
Cuando miramos a la naturaleza vemos como las crías de mamífero buscan de forma instintiva el pecho de su madre. De la misma manera nadie enseña a los individuos una conducta sexual y aún así las especies se han perpetuado desde el principio de los tiempo. A estas conductas o comportamientos que son innatos en el individuo, que se tienen desde el nacimiento y que no pueden aprenderse de otro individuo, los llamamos instintos.
La rama de la biología que se encarga del estudio del comportamiento animal se denomina etología y puedes saber más de ella leyendo nuestro artículo aquí.
Históricamente se divide el comportamiento en dos tipos, el innato y el aprendido, este último puede obtenerse bien uno mismo por ensayo y error o bien de otro individuo. Esta separación llevó a una disputa sobre que era lo más importante o que influía más en el individuo, la “legendaria” discusión nature vs. nurture (o naturaleza contra aprendizaje). En resumen y tras décadas de científicos debatiendo la conclusión es que ambos comportamientos existen y están presentes en todas las especies en una proporción variable, a más desarrollado el cerebro mayor es la capacidad de aprender.
El instinto, ese conocimiento que tenemos sin que nadie nos lo haya enseñado suponía un problema para muchos científicos, puesto que lo único que heredamos, tenemos y somos al nacer son los genes que nos han pasado nuestros progenitores. Por lo que la única respuesta posible es que esos comportamientos primarios (siempre imprescindibles para la vida) están grabados de alguna forma en nuestros genes. Estos instintos son principalmente y a grandes rasgos el de supervivencia y el de reproducción (lo cual no es más que la supervivencia de nuestros genes. Como se explica en el Libro “El gen egoísta” del que puedes leer más aquí).
Por otra parte el comportamiento se compone de dos partes que interactúan, la parte genética y el ambiente. El ambiente proporciona el contexto para que se activen los genes e incluso los modula, el instinto de supervivencia frente a un depredador es más fuerte que el instinto de alimentarse. Ver un depredador activa rutas metabólicas que nos ayudan a estar más alerta e incluso a correr más, entre ellas cerrar el estómago, lo que hace que no tengamos tanta hambre.
Tal vez sea difícil de asimilar la parte genética del comportamiento si pensamos en el comportamiento como la respuesta que genera nuestro cerebro ante una situación determinada. Estos comportamientos son como actos reflejos, como el fototropismo de las plantas en busca del sol o las bacterias que se mueven dependiendo de los campos magnéticos. Todavía más, algunos de estos comportamientos innatos activan un comportamiento muy claro en otro ser vivo. Un recién nacido llora y sus progenitores van a ver que le pasa.
Entonces ¿qué está grabado en nuestros genes? En el caso del recién nacido por ejemplo, cuando tiene hambre esto activa una vía de respuestas que inducen el llanto. O en el caso de especies cuyas crías puedan moverse al nacer, cuando la cría siente hambre se estimula su olfato (muchas especies nacen ciegas) que lo guía hasta el pezón rico en leche que les atrae con su olor. Estos comportamientos son indispensables para la supervivencia del individuo y responden a la activación de genes concretos en órganos determinados. Hay que entender que estos comportamientos que pueden parecer complicados están controlados por genes que llevan cientos de millones de años modelándose para activarse cuando bajo los estímulos del ambiente adecuados.