Mutualismos: micorrizas y organismos intestinales
Mutualismo con organismos intestinales: el intestino es un microcosmos de vida microbiana que recibe un aporte más o menos constante de sustrato para su crecimiento, manteniéndose en unas condiciones estables de pH, temperatura y anaerobiosis. El caso más típico es el de los rumiantes: contienen microoganismos especialistas con enzimas que son capaces de digerir la celulosa y las fibras que predominan en la dieta de sus hospedadores. Los principales productos de este metabolismo son: ácidos grasos, amoniaco, metano y dióxido de carbono. Por una parte, la flora microbiana obtiene un aporte más o menos continuo de alimento, y por otra los rumiantes obtienen recursos de una dieta que no podrían tener por ellos mismos.
Además de los rumiantes, otros animales también se benefician de este tipo de mutualismo. Por ejemplo, los humanos albergamos una gran cantidad de microorganismos en nuestro intestino que nos ayudan a digerir los alimentos y a mantener un sistema inmunológico saludable. Estos microorganismos, conocidos colectivamente como microbiota intestinal, incluyen bacterias, virus, hongos y protozoos. Algunas de estas bacterias producen vitaminas que son esenciales para nuestra salud, como la vitamina K y algunas del complejo B.
Mutualismo entre plantas vasculares y hongos: a nivel ecológico, es un mutualismo muy importante y con mucha relevancia en la dinámica de los ecosistemas, ya que las micorrizas están en el 83% de las dicotiledóneas y en el 79% de las monocotiledóneas. Las micorrizas pueden ser de tipo ectomicorrizas, cuando el hongo infecta solo la superficie de las raíces, algunas hifas penetran en ellas pero nunca llegan al interior de las células. Es el principal tipo de micorrizas en especies forestales. En las endomicorrizas, sin embargo, las hifas penetran en las células. Las más importantes son las micorrizas vesículo arbusculares, dentro de las cuales el hongo más importante es del género Glomus. Evolutivamente, se considera que las endomicorrizas son las micorrizas más antiguas.
Además de las ventajas ya mencionadas, las micorrizas también pueden proporcionar otros beneficios a las plantas. Por ejemplo, pueden ayudar a las plantas a resistir ciertos patógenos del suelo y a tolerar mejor el estrés ambiental, como la sequía o la salinidad. También pueden mejorar la estructura del suelo, lo que facilita el crecimiento de las raíces.
Ventajas para la planta: incrementa la superficie de absorción, lo que le permite acceder al agua y al fosfato inorgánico. A diferencia del nitrógeno, el fosfato es un elemento muy inmóvil en el suelo y por eso el aumento en la superficie de absorción es muy ventajoso. Además, las ectomicorrizas tienen una ventaja adicional: permiten a las plantas acceder al nitrógeno orgánico del suelo.
Ventajas para el hongo: obtiene su fuente de carbono a partir de las plantas.
Es un mutualismo muy caro energéticamente para las plantas: el 37 por ciento del carbono fijado en fotosíntesis se va para el hongo. Por eso este mutualismo solo es rentable para la planta en condiciones de baja disponibilidad de agua y fosfatos. En ambientes ricos, los costes del mutualismo son mayores que los beneficios que se obtienen, y más que de mutualismo hablamos de parasitismo: la planta pone en marcha mecanismos de inhibición para el crecimiento de los hongos. Las plantas que no forman micorrizas son, filogenéticamente, las más avanzadas. Entre ellas se encuentran las crucíferas, las cariofiláceas y las quenopodiáceas, que pueden secretas iones o ácidos orgánicos que aumentan la solubilidad del fosfato inorgánico en el suelo.