Biología

Tipos de hojas

Publicado por Javier García Calleja

Antiguamente solían emplearse las hojas de las plantas verdes como elementos en que basar la identificación de las diversas especies, pero no tardó en comprobarse que era un sistema poco fiable y que una clasificación científi­ca y rigurosa solamente se puede basar en la estructura de las flores. No es difícil darse cuenta de cuáles eran los inconvenientes de aquel sistema elemental; por ejemplo, las hojas de la ortiga muerta (Lamium) y las de la ortiga (Urtica) tienen un aspecto muy similar y ello llevó a que a ambos géneros se les aplicase el nombre común de «orti­ga», a pesar de que pertenecen respectivamente a las fa­milias de las labiadas y de las urticáceas, tal como mues­tran claramente sus flores.

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Sin embargo, las hojas pueden ser de gran ayuda en muchos casos y su estructura suele indicarnos muchos detalles acerca de la ecología de la especie. Al observar una hoja hay que prestar especial atención a los siguien­tes aspectos:

  1. ¿Tiene pecíolo o es sésil? Esta es la forma más sencilla de distinguir el roble albar (Quercus pedunculata), con ho­jas sésiles, del roble (Quercus sessiliflora) con hojas pecioladas (los términos «pedunculata» y «sessiliflora» se refie­ren a las flores).
  2. ¿La hoja es sencilla o compuesta?
  3. ¿Qué forma tiene el perfil de la hoja y cómo es su borde?
  4. ¿Cómo están dispuestas sus nervaduras?
  5. ¿La cutícula es gruesa o fina?
  6. ¿Está recubierta de cera?
  7. ¿La hoja es fina o carnosa?
  8. ¿La superficie de la hoja está recubierta de pilosidades o espinas? ¿Están éstas distribuidas de forma uniforme o sólo en algunas zonas?

En algunos casos podemos encontrarnos con caracte­rísticas muy peculiares. En un seto es muy fácil identificar a un cornejo (Cornus sanguínea) si se conocen algunas de sus particularidades. Si arrancamos una hoja y la estiramos con fuer­za de forma que se rompa perpendicularmente a los ner­vios principales, debido a la especial elasticidad de sus vasos de xilema, es posible hacer que media hoja «cuel­gue» de la otra media por finos filamentos de xilema.

Las hojas simples son aquellas cuya superficie está en­tera o solamente presenta entalladuras marginales entre nervaduras. Las hojas compuestas tienen sus diversos seg­mentos en forma de hojitas que arrancan del nervio cen­tral, que, en este caso, recibe el nombre de raquis.

Las hojas simples pueden presentar una gran variedad de formas, desde el aspecto de espinas de las hojas de las plantas xerófitas (de lugares secos) del género Hakea has­ta las redondeadas formas de las hojas de la violeta (Viola). También existen una gran diversidad de nervaduras, y las hojas pueden ser pinnanervias como las del roble (Quercus), palminervias como las del geranio (Geranium), etc. Además, según la forma del borde también po­demos clasificarlas en:

  1. Enteras (liso, sin irregularidades)
  2. Sinuosas (con ondulaciones poco profundas)
  3. Lobuladas (divididas en porciones redondeadas)
  4. Aserradas (con dientes agudos inclinados hacia el ápice)
  5. Dentadas (con dientes poco agudos)
  6. Onduladas (borde con ligeras ondulaciones)
  7. Ciliadas (borde con finas pilosidades)
  8. Espinosas (borde con púas o espinas

Muchas plantas, como el cornejo (Cornus), protegen sus hojas nuevas con un suave recubrimiento piloso que desaparece al desarrollarse la hoja.

Las hojas carnosas suelen encontrarse en las plantas xerófitas y constituyen un sistema de almacenamien­to de agua, como es el caso de las suculentas tales como Sempervirum, Aeonium y Sedum. El recubrimiento de cera, como el que encontramos en el acebo (Ilex aquifolium), también es una adaptación xerofítica. Lo mismo puede decirse de la presencia de pilosidad en la superficie de las hojas y las hojas de tamaño diminuto, como las del tojo (Ulex).

Las espinas más grandes de las plantas adultas no son otra cosa que tallos modificados.