La diversidad de la vida
La primera impresión ante el mundo vivo es sin duda la de admiración. Admiración que puede sentirse al contemplar unos animales exóticos, unas flores raras… pero también, de una manera más cotidiana, ante unas formas vivas tan familiares que habitualmente no provocan nuestra sorpresa: una brizna de hierba, un minúsculo insecto, o incluso nuestro propio cuerpo.
No podemos sino admirar la manera en que todo está exactamente dispuesto y en cómo cada parte está articulada con tanta precisión con las demás…
Los progresos de la ciencia no han disipado esa admiración. La diversidad, la complejidad que sin cesar descubrimos en las estructuras íntimas de los seres vivos parece inagotable.
Diversidades y complejidades.
Entre la bacteria y la ballena, entre la gaviota y el arenque, entre el roble y la seta, ¡qué prodigiosa variedad de tamaños y de formas, de modos de existencia y de medios de vida!
- Las dimensiones: el virus de la fiebre aftosa tiene una forma esférica de unas millonésimas de milímetro (0,008 micras de diámetro). En cambio, la ballena azul mide 30 metros y pesa 150 toneladas. En el peculiar mundo de las plantas se alcanzan tamaños aún más fabulosos: una conifera como la sequoia puede sobrepasarlos: 100 metros de altura (sin contar las raíces); La secuoya que los norteamericanos han bautizado con el nombre de General Sherman debe de pesar aproximadamente ¡6.617 toneladas!
- La duración de la vida: también es extremadamente variable. Numerosas bacterias se dividen en menos de 20 minutos, los hombres viven raramente más de 100 años y se cree que algunas sequoyas pueden alcanzar cinco o seis mil años.
- Las condiciones de vida: algunas algas crecen sobre las nieves alpinas a una temperatura próxima a cero grados, mientras que existen bacterias (arqueobacterias) que parecen vivir a más de 100 °C en el fondo del océano, en las proximidades de las fuentes cálidas de las dorsales medioceánicas o incluso en lugares de condiciones aún más estremas.
La energía de la vida.
Parece que los seres vivos lo hayan probado todo para encontrar la energía y la materia necesarias para su existencia. La fotosíntesis permite a las plantas utilizar la energía de la radiación solar para formar su materia orgánica a partir del dióxido de carbono, del agua y de algunas sustancias inorgánicas (son autótrofas).
A más de 2.000 metros de profundidad se ha descubierto una extraordinaria diversidad de animales vivos, localizados cerca de fuentes volcánicas, a una temperatura muy elevada. Algunas bacterias viven en estas condiciones extremas y obtienen su energía de las reacciones químicas de las sustancias expulsadas por el manto terrestre. Dichas bacterias sirven de alimento a una especie de gusanos y así se constituye todo un ecosistema de espaldas al sol.
Los animales se alimentan de plantas o de otros animales (son heterótrofos, palabra procedente de las voces griegas heteros: «otro, diferente» y trophé: «alimento»). Pero existen también numerosas bacterias (quimiosintéticas) que saben utilizar otras fuentes de energía, como la oxidación de compuestos químicos. Algunas, por ejemplo, viven sobre el hierro gracias a su capacidad de oxidación de los iones ferrosos en iones férricos.
¿Y cuál es el origen de tanta diversidad?
Esta pregunta inquietó a nuestros antepasados y filósofos, teólogos, pensadores… buscaron una respuesta que les dejase más o menos satisfecho.