El paso del creacionismo al evolucionismo
A fines del siglo XVIII, el dogma creaciomsta ya había mostrado una progresiva fragilidad.
Muchos autores, como Maupertuis o Buffon, intentaron dar una explicación materialista a los fenómenos de la vida. Cada vez más a menudo se expresaba la idea de una transformación limitada de unas especies en otras.
Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), fue inmensamente célebre por su imponente Historia natural, general y concreta, publicada en quince volúmenes de 1749 a 1767. Él creía en una transformación limitada de las especies: «Si se admite una vez que existen familias en las plantas y en los animales, que el asno pertenece a la familia del caballo y que sólo se diferencia de este por haber degenerado, podrá afirmarse también que el mono pertenece a la familia del hombre, que es un hombre degenerado…»
La idea consiste en una degeneración y no en una evolución de lo sencillo hacia lo complejo. Buffon fue el primero en atribuir una larga duración a la historia de la Tierra. Propuso 74.000 años, pero se sabe que en el secreto de su gabinete había calculado tres millones de años. Esa cifra era enorme para la época. Hasta ese momento, se calculaba la edad de la Tierra sumando la duración de las vidas de los profetas bíblicos desde Adán: los estudios daban por terminada la Creación del mundo el domingo 23 de octubre del año 4.004 antes de Cristo, a las nueve de la mañana.
Una revolución en las ciencias.
Hasta la obra de Lamarck, cuando el siglo de las Luces acababa y desembocaba en la Revolución francesa, no se propuso la primera auténtica teoría de la evolución. Como si se hubiera necesitado reconocer que el orden de la sociedad no era inmutable antes de admitir que el mundo vivo también podía tener su historia…
Fósiles, anatomía comparada y paleontología.
Los fósiles se conocían y coleccionaban desde siempre, pero se consideraban puras fantasías de la naturaleza. Sin embargo, un eclesiástico, médico y geólogo danés, Nicolaus Steno (1638-1686), ya había propuesto considerarlos como restos de seres vivos que habrían quedado envueltos en las rocas sedimentarias. Sólo a finales del siglo XVIII, bajo el impulso del francés Georges Cuvier (1769-1832), el estudio de los fósiles se convirtió en el amplio campo de la paleontología.
Mediante la anatomía comparada de las distintas especies, se intentó establecer las leyes de la organización de los grandes tipos biológicos. Todo es interdependiente en un ser vivo. A partir de cualquiera de sus partes pueden deducirse todas las demás, porque cada organismo es un todo coherente y unos restos fósiles han de permitir reconstruir el organismo completo. Para Cuvier, no puede haber una transformación de los sistemas vivos.
Las especies desaparecidas se explican según el diluvio universal. En las diferentes épocas de la vida en la Tierra se habrían producido cataclismos que las habrían destruido. Pero cada una de las especies vivas ha sido creada de una sola vez, perfecta y acabada.
Lamarck y la casualidad de las circunstancias
Frente a ese «catastrofismo«, Lamarck no admitía que una explicación científica pudiera apelar a unas causas excepcionales que hubieran podido operar en el pasado.
Contrariamente a Cuvier, que estudiaba sobre todo los vertebrados, Lamarck era especialista en la paleontología de las numerosas conchas dejadas por los moluscos. Observaba una continuidad de huellas fósiles en las distintas capas geológicas. Algunas se habían mantenido semejantes a lo largo de períodos muy largos, otras parecían haberse transformado progresivamente.